EL DESIERTO


      Caminando por un inmenso desierto, bajo el sol abrasador del mediodía, lo encontré. Él tampoco entendía lo que hacía allí, pero me esperaba. Yo había soñado con sus ojos muchas veces, me habían hablado de él entre los paños multicolores de zocos árabes y en las nevadas montañas del Tibet. En un local de jazz de Manhattan, un trompetista tartamudo pronunció su nombre entre risas y en la Pirámide del Sol de Teotihuacan me preguntó por él un turista despistado. 
         
        Y sin embargo, aunque yo también le esperaba, mi sorpresa fue mayúscula porque jamás supuse que lo encontraría en un lugar tan inhóspito. Después de transitar distintos universos, donde me sentí extranjera tantas veces, después de buscar sin éxito su rostro entre la multitud, el azar nos reunía en medio de la nada. 
       
        Para reconocerme, sus manos recorrieron mi rostro como un ciego y mis labios mordisquearon las yemas de sus dedos para probar su sabor. Y se logró el milagro. Sin ocultarse el sol, una lluvia fresca nos empapó y, ocultos por un vaho sutil, creamos un nuevo mundo con nuestros besos. 

5 comentarios:

  1. Los besos siempre crean nuevos mundos. ¡Bello!

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  2. Respuestas
    1. Puede ser un espejismo, sí, pero yo creo que a veces buscamos a alguien en particular desde el momento de nacer. Lo difícil es encontrarlo.

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  3. Me parece precioso. Hace un tiempo anoté en mi memoria que un beso y un cielo sembrado de estrellas y deseos, separaba mi percepción de otros universos... el relato de Luz me lo ha traído de nuevo...

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